- ¿Que es estar enamorado? -Pregunto la señorita Olier a su profesor.
- No sé. Es tan difícil saberlo - dijo él-. ¿Has dormido bien últimamente?
- Incluso, he tenido que tomar -respondió ella.
- ¿Como es eso?
- Fueron sólo unos tragos -dijo-. Apenas alcanzaron a marearme.
- ¿Quien te ha llevado a casa después?
- Mi tío víctor.
- ¿Has hablado con tu tío Víctor sobre el enamoramiento?
- No. Creo que no entendería.
- No vuelvas hacerlo, Olier. A tu edad no son convenientes los tragos. Además, ir a casa después de tomar es peligroso, podrías cometer errores en el trayecto, ya sabes, la oscuridad, la hora, la soledad. ¿Has dormido bien después de tomar?
- No al principio, después, no recuerdo siquiera que tuve pesadillas hasta la mañana. Pero quiero saber ¿qué es estar enamorado?
- ¿Has tenido pesadillas con frecuencia?
- Sí.
- ¿Cuanto hace que estás con tu novio?
- Un mes -respondió ella.
- ¿Y qué ha pasado?
- Lo vi en el parque con otra chica. Había quedado de ir a visitarme, no lo hizo, salí en bicicleta y lo vi. Parecían enamorados.
- ¿Por qué dices que parecían enamorados?
- Lo vi en sus caras.
- ¿Y qué fue lo que viste?
- No sé, vi cierta complicidad, quizá el destello de un secreto compartido.
Una leve sonrisa iluminó el rostro del profesor; leve, sin la mínima intención de ofender. Leve, como si el misterio estuviese resuelto.
- ¿Es eso de estar enamorado? -Preguntó ella dejado asomar en sus palabras temblorosas, su confusión.
- Eso, y algo más -respondió él- ¿ Cuantos novios has tenido en tu vida, Olier?
- Con éste dos.
- ¿Cuánto tiempo duraste con el primero?
- Dos meses.
- Y, ¿qué paso?
- Me traicionó. O sea que descubrí, a través de una de sus hermanas, que vivía con otra mujer y que tenía una hija con ella.
- ¿Quién traicionó a quién? -preguntó el profesor.
- No lo sabía -dijo ella.
- ¿Y para entonces, te dieron pesadillas?
- Siempre -dijo ella-. Aunque fui feliz con él, sufrí mucho -aseguró.
El profesor buscó su mirada. Allí, en sus ojos se despertaba por primera vez la turbación.
- Estar enamorado es estar feliz -dijo él con calma-. El enamoramiento oscila entre la felicidad y el sufrimiento -agregó-. ¿Y ahora?
- Me aseguraré de no volver a tener pesadillas -dijo ella-. Ya no vale la pena el sufrimiento.
Se levantó entonces de la silla donde estaba sentada haciendo un ademán de agradecimiento se marchó. El profesor la vio sobrepasar el umbral y desaparecer. Pocas veces, de su rostro se desprendía un gesto de satisfacción tan prolongado.
YULIANIS ANDREA ZUÑIGA SANABRIA
DAYANA PALACIOS CORDOBA
GERALDINE SANCHEZ MARIN 11-02
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